La sombra se desliza en silencio, oscura, camuflada por el
mismo color de la noche que la rodea. Nada delata su presencia, ni siquiera el sofocado palpitar, contenido por las ansias del asedio. Palpita o se mueve. Se mueve o… palpita. Nunca las dos opciones
al mismo tiempo.
La ha visto. Su víctima es rápida, huidiza y astuta, camina
ligera arrimada al paredón de la vereda en penumbras.
Ni todas las precauciones del mundo podrían evitar el encuentro.
Veloz. En un mutismo de luz y agilidad se abalanza, casi en
un vuelo, sobre la calle apenas alumbrada. La cruza en el tiempo de un suspiro
de ángel mortal. Y cae, con sus fauces abiertas, firmes y certeras, sobre el
cuello del incauto roedor.
Moraleja: gato con la panza llena, duerme mejor.
Ana María Alday
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